Acto I
[En Nápoles en el palacio real]
Salen don Juan Tenorio e Isabela, duquesa
Isabela
- Duque Octavio, por aquí
- podrás salir más seguro.
Juan
- Duquesa, de nuevo os juro
- de cumplir el dulce sí.
Isabela
- ¿Mi gloria, serán verdades
- promesas y ofrecimientos,
- regalos y cumplimientos,
- voluntades y amistades?
Juan
Isabela
Juan
Isabela
- Para que el alma dé fe
- del bien que llego a gozar.
Jose Garcia Ramos
Juan
Isabela
- ¡Ah, cielo! Quién eres, hombre?
Juan
- ¿Quién soy? Un hombre sin nombre.
Isabela
Juan
Isabela
Juan
- Detente.
- Dame, duquesa, la mano.
Isabela
- No me detengas, villano.
- ¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!
Sale el Rey de Nápoles, con una vela en un candelero
Rey
Isabela
- ¡Favor! ¡Ay, triste,
- que es el rey!
Rey
Juan
- ¿Qué ha de ser?
- Un hombre y una mujer.
Rey
- Esto en prudencia consiste.
- ¡Ah de mi guarda! Prendé
- a este hombre.
Isabela
Sale don Pedro Tenorio, embajador de España, y guarda
Pedro
- ¿En tu cuarto, gran señor
- voces? ¿Quién la causa fue?
Rey
- Don Pedro Tenorio, a vos
- esta prisión os encargo.
- Si ando corto, andad vos largo.
- Mirad quién son estos dos.
- Y con secreto ha de ser,
- que algún mal suceso creo;
- porque si yo aquí los veo,
- no me queda más que ver.
Vase el Rey
Pedro
Juan
- ¿Quién ha de osar?
- Bien puedo perder la vida;
- mas ha de ir tan bien vendida
- que a alguno le ha de pesar.
Pedro
Juan
- ¿Quién os engaña?
- Resuelto en morir estoy,
- porque caballero soy.
- El embajador de España
- llegue solo, que ha de ser
- él quien me rinda.
Pedro
- Apartad;
- a ese cuarto os retirad
- todos con esa mujer.
Vanse los otros
- Ya estamos solos los dos;
- muestra aquí tu esfuerzo y brío.
Juan
- Aunque tengo esfuerzo, tío,
- no le tengo para vos.
Pedro
Juan
Pedro
- ¡Ay, corazón,
- que temo alguna traición!
- ¿Qué es lo que has hecho, enemigo?
- ¿Cómo estás de aquesta suerte?
- Dime presto lo que ha sido.
- ¡Desobediente, atrevido!
- Estoy por darte la muerte.
- Acaba.
Juan
- Tío y señor,
- mozo soy y mozo fuiste;
- y pues que de amor supiste,
- tenga disculpa mi amor.
- Y pues a decir me obligas
- la verdad, oye y diréla.
- Yo engañé y gocé a Isabela
- la duquesa.
Pedro
- No prosigas,
- tente. ¿Cómo la engañaste?
- Habla quedo, y cierra el labio.
Juan
- Fingí ser el duque Octavio.
Pedro
- No digas más. ¡Calla! ¡Baste!
- Perdido soy si el rey sabe
- este caso. ¿Qué he de hacer?
- Industria me ha de valer
- en un negocio tan grave.
- Di, vil, ¿no bastó emprender
- con ira y fiereza extraña
- tan gran traición en España
- con otra noble mujer,
- sino en Nápoles también,
- y en el palacio real
- con mujer tan principal?
- ¡Castíguete el cielo, amén!
- Tu padre desde Castilla
- a Nápoles te envió,
- y en sus márgenes te dio
- tierra la espumosa orilla
- del mar de Italia, atendiendo
- que el haberte recibido
- pagaras agradecido,
- y estás su honor ofendiendo.
- ¡Y en tan principal mujer!
- Pero en aquesta ocasión
- nos daña la dilación.
- Mira qué quieres hacer.
Juan
- No quiero daros disculpa,
- que la habré de dar siniestra,
- mi sangre es, señor, la vuestra;
- sacadla, y pague la culpa.
- A esos pies estoy rendido,
- y ésta es mi espada, señor.
Pedro
- Alzate, y muestra valor,
- que esa humildad me ha vencido.
- ¿Atreveráste a bajar
- por ese balcón?
Juan
- Sí atrevo,
- que alas en tu favor llevo.
Pedro
- Pues yo te quiero ayudar.
- Vete a Sicilia o Milán,
- donde vivas encubierto.
Juan
Pedro
Juan
Pedro
- Mis cartas te avisarán
- en qué para este suceso
- triste, que causado has.
Juan
- Para mí alegre dirás.
- Que tuve culpa confieso.
Pedro
- Esa mocedad te engaña.
- Baja por ese balcón.
Juan
- (Con tan justa pretensión,
Aparte
- gozoso me parto a España).
Vase don Juan y entra el Rey
Pedro
- Ejecutando, señor,
- lo que mandó vuestra alteza,
- el hombre…
Rey
Pedro
- Escapóse
- de las cuchillas soberbias.
Rey
Pedro
- De esta forma:
- aun no lo mandaste apenas,
- cuando sin dar más disculpa,
- la espada en la mano aprieta,
- revuelve la capa al brazo,
- y con gallarda presteza,
- ofendiendo a los soldados
- y buscando su defensa,
- viendo vecina la muerte,
- por el balcón de la huerta
- se arroja desesperado.
- Siguióle con diligencia
- tu gente. Cuando salieron
- por esa vecina puerta,
- le hallaron agonizando
- como enroscada culebra.
- Levantóse, y al decir
- los soldados, «¡Muera, muera!»,
- bañado con sangre el rostro,
- con tan heroica presteza
- se fue, que quedé confuso.
- La mujer, que es Isabela,
- que para admirarte nombro
- retirada en esa pieza,
- dice que fue el duque Octavio
- quien, con engaño y cautela,
- la gozó.
Rey
Pedro
- Digo
- lo que ella propia confiesa.
Rey
- ¡Ah, pobre honor! Si eres alma
- del hombre, ¿por qué te dejan
- en la mujer inconstante,
- si es la misma ligereza?
- ¡Hola!
Sale un criado
Criado
Rey
- Traed
- delante de mi presencia
- esa mujer.
Pedro
- Ya la guardia
- viene, gran señor, con ella.
Trae la guarda a Isabela
Isabela
- ¿Con qué ojos veré al rey?
Rey
- Idos, y guardad la puerta
- de esa cuadra. Di, mujer,
- ¿qué rigor, qué airada estrella
- te incitó, que en mi palacio,
- con hermosura y soberbia,
- profanases sus umbrales?
Isabela
Rey
- Calla, que la lengua
- no podrá dorar el yerro
- que has cometido en mi ofensa.
- ¿Aquél era del duque Octavio?
Isabela
Rey
- No importan fuerzas,
- guardas, criados, murallas,
- fortalecidas almenas,
- para amor, que la de un niño
- hasta los muros penetra.
- Don Pedro Tenorio, al punto
- a esa mujer llevad presa
- a una torre, y con secreto
- haced que al duque le prendan;
- que quiero hacer que le cumpla
- la palabra, o la promesa.
Isabela
- Gran señor, volvedme el rostro.
Rey
- Ofensa a mi espalda hecha,
- es justicia y es razón
- castigalla a espaldas vueltas.
Vase el Rey
Pedro
Isabela
- (Mi culpa [Aparte]
- no hay disculpa que la venza,
- mas no será el yerro tanto
- si el duque Octavio lo enmienda).
- Vanse todos
[En el palacio del duque Octavio]
Salen el duque Octavio, y Ripio su criado.
Ripio
- ¿Tan de mañana, señor,
- te levantas?
Octavio
- No hay sosiego
- que pueda apagar el fuego
- que enciende en mi alma amor.
- Porque, como al fin es niño,
- no apetece cama blanda,
- entre regalada holanda,
- cubierta de blanco armiño.
- Acuéstase. No sosiega.
- Siempre quiere madrugar
- por levantarse a jugar,
- que al fin como niño juega.
- Pensamientos de Isabela
- me tienen, amigo, en calma;
- que como vive en el alma,
- anda el cuerpo siempre en vela,
- guardando ausente y presente,
- el castillo del honor.
Ripio
- Perdóname, que tu amor
- es amor impertinente.
Octavio
Ripio
- Esto digo,
- impertinencia es amar
- como amas. ¿Vas a escuchar?
Octavio
Ripio
- Ya prosigo.
- ¿Quiérete Isabela a ti?
Octavio
- ¿Eso, necio, has de dudar?
Ripio
- No, mas quiero preguntar,
- ¿Y tú no la quieres?
Octavio
Ripio
- Pues, ¿no seré majadero,
- y de solar conocido,
- si pierdo yo mi sentido
- por quien me quiere y la quiero?
- Si ella a ti no te quisiera,
- fuera bien el porfialla,
- regalalla y adoralla,
- y aguardar que se rindiera;
- mas si los dos os queréis
- con una mesma igualdad,
- dime, ¿hay más dificultad
- de que luego os desposéis?
Octavio
- Eso fuera, necio, a ser
- de lacayo o lavandera
- la boda.
Ripio
- Pues, ¿es quien quiera
- una lavandriz mujer,
- lavando y fregatrizando,
- defendiendo y ofendiendo,
- los paños suyos tendiendo,
- regalando y remendando?
- Dando, dije, porque al dar
- no hay cosa que se le iguale,
- y si no, a Isabela dale,
- a ver si sabe tomar.
Sale un criado
Criado
- El embajador de España
- en este punto se apea
- en el zaguán, y desea,
- con ira y fiereza extraña,
- hablarte, y si no entendí
- yo mal, entiendo es prisión.
- Octavio¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión?
- Decid que entre.
- Entra Don Pedro Tenorio con guardas
Pedro
- Quien así
- con tanto descuido duerme,
- limpia tiene la conciencia.
Octavio
- Cuando viene vueselencia
- a honrarme y favorecerme,
- no es justo que duerma yo.
- Velaré toda mi vida.
- ¿a qué y por qué es la venida?
Pedro
- Porque aquí el rey me envió.
Octavio
- Si el rey mi señor se acuerda
- de mí en aquesta ocasión,
- será justicia y razón
- que por él la vida pierda.
- Decidme, señor, ¿qué dicha
- o qué estrella me ha guiado,
- que de mí el rey se ha acordado?
Pedro
- Fue, duque, vuestra desdicha.
- Embajador del rey soy.
- De él os traigo una embajada.
Octavio
- Marqués, no me inquieta nada.
- Decid, que aguardando estoy.
Pedro
- A prenderos me ha enviado
- el rey. No os alborotéis.
Octavio
- ¿Vos por el rey me prendéis?
- Pues, ¿en qué he sido culpado?
Pedro
- Mejor lo sabéis que yo,
- mas, por si acaso me engaño,
- escuchad el desengaño,
- y a lo que el rey me envió.
- Cuando los negros gigantes,
- plegando funestos toldos
- ya del crepúsculo huían,
- unos tropezando en otros,
- estando yo con su alteza,
- tratando ciertos negocios,
- porque antípodas del sol
- son siempre los poderosos,
- voces de mujer oímos,
- cuyos ecos medio roncos,
- por los artesones sacros
- nos repitieron «¡Socorro!»
- A las voces y al ruido
- acudió, duque, el rey propio,
- halló a Isabela en los brazos
- de algún hombre poderoso;
- mas quien al cielo se atreve
- sin duda es gigante o monstruo.
- Mandó el rey que los prendiera,
- quedé con el hombre solo.
- Llegué y quise desarmalle,
- pero pienso que el demonio
- en él formó forma humana,
- pues que, vuelto en humo, y polvo,
- se arrojó por los balcones,
- entre los pies de esos olmos,
- que coronan del palacio
- los chapiteles hermosos.
- Hice prender la duquesa,
- y en la presencia de todos
- dice que es el duque Octavio
- el que con mano de esposo
- la gozó.
Octavio
Pedro
- Digo
- lo que al mundo es ya notorio,
- y que tan claro se sabe,
- que a Isabela, por mil modos,
[la tiene presa el rey].
- Con vos, señor, o con otro,
- esta noche en el palacio,
- la habemos hallado todos.
Octavio
- Dejadme, no me digáis
- tan gran traición de Isabela,
- mas… ¿si fue su amor cautela?
- Proseguid, ¿por qué calláis?
- Mas, si veneno me dais
Aparte
- a un firme corazón toca,
- y así a decir me provoca
- que imita a la comadreja,
- que concibe por la oreja,
- para parir por la boca.
- ¿Será verdad que Isabela,
- alma, se olvidó de mí
- para darme muerte? Sí,
- que el bien suena y el mal vuela.
- Ya el pecho nada recela,
- juzgando si son antojos,
- que por darme más enojos,
- al entendimiento entró,
- y por la oreja escuchó,
- lo que acreditan los ojos.
- Señor marqués, es posible
- que Isabela me ha engañado,
- y que mi amor ha burlado.
- Parece cosa imposible.
- ¡Oh mujer, ley tan terrible
- de honor, a quien me provoco
- a emprender! Mas ya no toco
- en tu honor esta cautela.
- ¿Anoche con Isabela
- hombre en palacio? Estoy loco.
Pedro
- Como es verdad que en los vientos
- hay aves, en el mar peces,
- que participan a veces
- de todos cuatro elementos;
- como en la gloria hay contentos,
- lealtad en el buen amigo,
- traición en el enemigo,
- en la noche oscuridad,
- y en el día claridad,
- y así es verdad lo que digo.
Octavio
- Marqués, yo os quiero creer,
- ya no hay cosa que me espante,
- que la mujer más constante
- es, en efecto, mujer.
- No me queda más que ver,
- pues es patente mi agravio.
Pedro
- Pues que sois prudente y sabio
- elegid el mejor medio.
Octavio
- Ausentarme es mi remedio.
Pedro
- Pues sea presto, duque Octavio.
Octavio
- Embarcarme quiero a España,
- y darle a mis males fin.
Pedro
- Por la puerta del jardín,
- duque, esta prisión se engaña.
Octavio
- ¡Ah veleta, ah débil caña!
- A más furor me provoco,
- y extrañas provincias toco,
- huyendo de esta cautela.
- Patria, adiós. ¿Con Isabela
- hombre en palacio? Estoy loco.
Vanse todos.
[En la playa de Tarragona.]
Sale Tisbea, pescadora, con una caña de pescar en la mano.
Tisbea
- Yo, de cuantas el mar,
- pies de jazmín y rosas,
- en sus riberas besa,
- con fugitivas olas,
- sola de amor exenta,
- como en ventura sola,
- tirana me reservo
- de sus prisiones locas.
- Aquí donde el sol pisa
- soñolientas las ondas,
- alegrando zafiros
- las que espantaba sombras,

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